jueves, 22 de mayo de 2008


Despertar en la boca del gigante. Tomarte el tiempo en el café. Hacerle esperar.

Elegir la música.

Veo una coreografía de multitudes en escena.

Llamo a la puerta
para salir al vacío.



Mil vidas posibles cada una de mil formas me reinventan en esta Manzana Grande donde los sueños se tiran de los balcones. Lamento mi ingenuidad, y me hace gracia. Podría elegir un banco en el parque, y dejar que las palomas se acercaran. Podría volver y podría quedarme. Podría contradecirme a cada segundo. Pensar que nada es r
egalado, que Tú no existe y sigue aquí, apurar el tiempo para hacerlo girar, eterno.

Tropiezo con alguien sin caer al suelo.

Congelo todos los árboles que voy amando y la calle del cartel, que habla escrito. One way hacia otro lugar. Otro más. One way, me dice grande, fabuloso, al dictado como una flecha decidida a clavarse en su diana que practique mis pasos a su ritmo, me dice. No duele. Te regalaré la brisa para que no te estorbe el pelo. Jugaré con los pliegues de tu vestido. Te protegeré con una noche rellena de luz y prometo que haré que te pierdas si me llegas a alguna parte. Soy el sitio al que puedes volver, pero no quedarte. Te digo que no me caben más recuerdos bajo las piedras, que me pisan el corazón inflamado de cimientos temblorosos no te quiero ver, seguir, tener, perder. Jamás te dejaré comprenderme por si consigo tenerte aquí. Por si quisieras marcharte.

Y pensar que quizá nada vuelva a ser como antes.

Renegar. Cambiar de calle.

Buscar alguna con más azul que darme.

Un hombre afortunado se asoma a la bocanada de aire. Lleva un traje desvestido de sus viejas costumbres. Tampoco come su comida. No mira hacia arriba desde hace años. Si asalto ahora el marco del momento, puedo preguntarle cuántas escaleras harían falta para ver el cielo. Me mirará con cara de incrédulo. Si las juntas todas, quizá. Si pudieras unir cada final y cada comienzo, alargando los brazos mucho, estirando las manos, así –soltará su comida. Abandonará su cartera- tal vez podrías llegar, pero sola no podrás hacerlo.

- Ayúdame tú, Incrédulo.

Incrédulo no quiere mirar hacia arriba. Se aleja. Regresa a algún hogar impreciso y perfecto. Suyo. Posible. Uno de tantos hogares carne de la fruta podrida y brillante de la tierra de nadie. Nadies aventurados en un cosmos de gentes entusiastas y cordiales. En un experimento del mundo hipnótico deslumbrante hipnotizado y yo, aplastada en este suelo, bebida por esta probeta, quiero irme de aquí mil veces y regresar y no poder quedarme ni que me quieras ni quererte ni dejar tantos amantes por tí, mi amor revuelto en la punta de todos mis dedos. Mis fieras despiertas y cruel y torpe, equivocándome poco a poco y sin freno, vuelvo a mi tierra conjurando.

Maldiciendo.

Abriendo los ojos en un día de horas más conocidas y mirándome al espejo. Llevándome en la piel el bocado ácido de la manzana,



extraño veneno.



martes, 13 de mayo de 2008

No sé.


Viajo a un lugar por primera vez, y sin embargo, voy de regreso. Sostengo el tiempo que circunda la maleta vacía que miro, que no va a volver. Apenas pienso en nada en especial. Si acaso en la necesidad de un cierre. En la extraña forma de los círculos. En lo lejos que queda el vacío y en la justa inconstancia de los sueños que echo de menos. Visto un color gastado sólo por invocar un recuerdo, pero no por nostalgia. Me dejo caer en la trampa porque ya no entraña riesgo y aun así me resisto y no la cierro. Me resisto a ser ni dentro ni fuera del círculo y la miro. No sé, me pregunto. Retuerzo los minutos. Tal vez. Al fin y al cabo, quién sabe en qué tipo de ser temerá convertirse.

jueves, 8 de mayo de 2008



Cuántas noches habrá vuelto por esa misma calle.

- Y cuántas noches más habré de volver por ella.

Ha querido sentarse sin nada que esperar, justo a mitad de camino, evitar llegar a casa. Retener un algo, redescubrir el mismo árbol, de ciudad, el color de sus hojas es verde.

Blanco, el de la piel de sus brazos contrastados en el asfalto. No son fuertes.

- Pero a veces, pueden contener un abrazo sin llegar a romperse. A veces vacíos, sin medida, pienso que podría abarcar con ellos un árbol inmenso como ése. Apoyar el oído en su corteza. Escuchar el latir sordo de un gigante.

Siempre está buscando, para no tener que encontrar. Eso también me lo dijo. Para no tener nada, que perder. Ahora sentada, está mirando hacia arriba. El cielo negro anaranjado recortado sí puede ser suyo aunque tenga cables y estrellas menudas emitiendo luz que llega a los cables que proyectan sombras invisibles en su cara con ojos abiertos y boca cerrada boca arriba. Tiene la esperanza de entender.

- Sólo por tener una esperanza. Con eso es suficiente. Alguien dijo alguna vez que todo es cuestión de fe.

Pero nadie sabe quién lo dijo. Se debe creer. Está sentada y respira un aire que no ve y que es demasiado para ser respirado y casi todo se le escapa y ahora no parece importarle. Piensa que el cemento está instalado en el claro de un bosque. Que las rosas se han infiltrado en los jardines. Que detrás del velo tenue que la rodea, hay un estruendo lejano de tambores rojos cardíacos locos ocultos en sus cavidades.

Y se resiste a volver a casa.

Yo la espero desde aquí, a que concluya el camino de vuelta. Nunca intento llamarla, para no romper el silencio. Le gusta distinguir entre todos los sonidos el rumor del mío y dejarse guiar por él, yo casi dormido pero quizá no lo escuche y estoy solo ella lejos sentada despierto no puede volver. Pienso nadie sabe quién lo dijo. Me concentro: sigo vivo.

Sigo

emitiendo

sonido.