domingo, 30 de noviembre de 2008


Propongo que no demos ninguna foto por vencida. Hagamos lo siguiente:
elegir la música, por ejemplo,



Apagar la luz del techo, beber algo, cruzar las piernas sobre el asiento.

Hacer clic en la carpeta donde archivamos todo,

desde


hasta


Mirarlas una a una fijamente. Lo que hay dentro y lo que hubo fuera del marco. Tragar un sorbo de vino si la herida se resiente, dar paso a las lágrimas que afloren, tocarnos los labios con los dedos.

Elegir de entre todas quince o veinte.

Volver a poner la música, y con ella, dejar que desfilen. Repetir. Dejar que hablen y cambien y revivan. Sigan escuchando. No tengan miedo.

Al poco seguro que descubren su ritmo.

lunes, 24 de noviembre de 2008


El vacío que observaba me dejaba verle los huesos. De nuevo se mecía como si fuera a lanzarse, como si dudara de la espesura del aire que la rodeaba. Un aire ni gris ni blanco cogido entre las costillas que se le iba creciendo y mezclando. Que se le imponía mansamente.

 

I. Mientras respiraba.

Nunca la había visto tan desnuda. Ahora era una columna arqueada, dos hombros horizontales, una especie de matorral de marfil igual que cualquier esqueleto de libro de anatomía. Posición: sentada. La mandíbula sobre la rótula derecha. Los huesecillos alineados de los dedos se cruzaban sobre la tibia para mantenerla en equilibrio. Según la invadía aquella nada, aumentaba el contraste de una estructura que siempre había estado ahí, entre mis manos. Me sentí algo ridículo y traicionado. Yo mismo, inevitablemente, me deshacía como ella.

En cierto modo me hacía gracia.

II. Verla.

Aunque no quedara ya ni un rastro de carne, ni labios, ni pelo. Aunque la vida se me deshuesara sin quererlo, tuve suerte. Pude ver lo que hacen las cosas invisibles con los cuerpos. Después de aquello ya no he vuelto a ver nada.

No diré que desapareció porque sé que no es cierto
y sin embargo.

Decir que volaba hubiera resultado demasiado fácil.

domingo, 9 de noviembre de 2008



Es mi aliento lo que empaña esta noche
la luna menguada
sus paseantes
lo que no impide la música.

Es mi mano la que tiembla por mi frío
la que habla por mí

cuando acaricia y castiga
cuando es menos mía
y se detiene
por aquellos que se besan tras un vaho
que desprendo para nadie
que azul
tan breve
y aun perdido existirá

irá a parar a alguna parte
.