jueves, 8 de mayo de 2008



Cuántas noches habrá vuelto por esa misma calle.

- Y cuántas noches más habré de volver por ella.

Ha querido sentarse sin nada que esperar, justo a mitad de camino, evitar llegar a casa. Retener un algo, redescubrir el mismo árbol, de ciudad, el color de sus hojas es verde.

Blanco, el de la piel de sus brazos contrastados en el asfalto. No son fuertes.

- Pero a veces, pueden contener un abrazo sin llegar a romperse. A veces vacíos, sin medida, pienso que podría abarcar con ellos un árbol inmenso como ése. Apoyar el oído en su corteza. Escuchar el latir sordo de un gigante.

Siempre está buscando, para no tener que encontrar. Eso también me lo dijo. Para no tener nada, que perder. Ahora sentada, está mirando hacia arriba. El cielo negro anaranjado recortado sí puede ser suyo aunque tenga cables y estrellas menudas emitiendo luz que llega a los cables que proyectan sombras invisibles en su cara con ojos abiertos y boca cerrada boca arriba. Tiene la esperanza de entender.

- Sólo por tener una esperanza. Con eso es suficiente. Alguien dijo alguna vez que todo es cuestión de fe.

Pero nadie sabe quién lo dijo. Se debe creer. Está sentada y respira un aire que no ve y que es demasiado para ser respirado y casi todo se le escapa y ahora no parece importarle. Piensa que el cemento está instalado en el claro de un bosque. Que las rosas se han infiltrado en los jardines. Que detrás del velo tenue que la rodea, hay un estruendo lejano de tambores rojos cardíacos locos ocultos en sus cavidades.

Y se resiste a volver a casa.

Yo la espero desde aquí, a que concluya el camino de vuelta. Nunca intento llamarla, para no romper el silencio. Le gusta distinguir entre todos los sonidos el rumor del mío y dejarse guiar por él, yo casi dormido pero quizá no lo escuche y estoy solo ella lejos sentada despierto no puede volver. Pienso nadie sabe quién lo dijo. Me concentro: sigo vivo.

Sigo

emitiendo

sonido.